28 de noviembre de 2007

Un tiento a Costa Rica

Tras el susto, creo q lo primero es agradecer los ánimos a todos los que habéis respondido al SOS y deciros que, si bien la venta del coche sigue resultando fundamental para completar este viaje, he vuelto a hacer números, me he liado la manta a la cabeza y seguiré el trayecto previsto via Perú hasta Argentina, donde ya me buscaré la vida de nuevo. No worries.

Muchos sabéis q en el fondo este era el tipo de problema al que quería enfrentarme, que no quería q este viaje fuera el de un turista con los bolsillos llenos, que tomé muy conscientemente el riesgo de lanzarme a esta aventura sabiendo que no había asegurado la red... Y estoy disfrutando de cada experiencia.

Dicho esto, y mientras sigo en Costa Rica, quería hablaros de este lugar que ya siempre permanecerá en mi memoria. Abandoné los States para conocer la otra América a la q allí han usurpado el nombre, para empezar la etapa en la que sí puedo sentirme traveller.



En la tierra más verde que he pisado, suelen mirarme con curiosidad (“¿y en tu país sois todos tan altos?”) y casi siempre empiezan dirigiéndose a mi en inglés (“tu español es muy bueno!” afirmó la peluquera q me rapó ante este calor sofocante “Ah eres español! Pero tienes un acento raro...” “Sí señora, soy catalán”).

Y ya entiendo Arantxa (allá en la otra punta del mundo, tú sí que eres una verdadera traveller) aquello de sentirse un dólar con patas. Los descoloco cuando ven que hablo su mismo idioma, pero tampoco se puede bajar la guardia para que no te timen más de lo necesario como representante del “Primer Mundo”. Lo cierto es que a estas alturas ya me siento como pez en el agua y reconozco que me han salido al paso varios ángeles de la guarda dispuestos a alertar de los peligros sin pedir nada a cambio. Como aquel en la capital, San José, que llegado al barrio de la Coca-Cola (como suena!) me aconsejó no abandonar el colorido mercado (vigilado por la flamante policía turística) porque se trata del “barrio de la droga”, se acerca Navidad... y hay muchos “que buscan el aguinaldo sin tener que trabajar”.

Recién llegado, me casqué desde allí cuatro horas de autobús (con mi jet lag y pocas horas de sueño tras una salida de madrugada de Los Angeles) en las que pude descubrir este vergel donde vuelan los halcones y pastan las vacas, dejar atrás acogedoras casa de campo, favelas de chapa y una multitud de carteles que anuncian propiedades, chalets en urbanizaciones, tierras e incluso playas FOR SALE (directamente en inglés, el cliente manda).

Dentro del bus, me entretuve comprobando que las ticas son lindísimas... mientras son jovencitas! (només mirar Xè, las manos quietas) y con unos jovenzuelos de actitud macarra que al poner música me sorprendieron con el azúcar de “Total Eclipse of The Heart”, “Eternal Flame” y Wham!



Por una carretera sinuosa, entre humedad y viveros de palmeras, frenando ante puentes que alternan el paso de vehículos cada vez en una sola dirección, y acompañado por la charla amistosa del mexicano Juan Carlos, que llevaba aquí tres meses estudiando Botánica, me planté en el pueblo de Quepos, en el Pacífico Medio, junto al Parque Natural Manuel Antonio. Donde por cierto murió mi cámara, razón por la que ahora escasean las imágenes... Pero esa es otra historia... (q ganas tenía de escribir esas palabras algún día!).