29 de diciembre de 2007

Con sabor a Lima

Dos setmanes per Xè!!! Y no es broma ni inocentada, aunque a nosotros nos parezca mentira que tan lejos pueda estar por fin tan cerca. Fins aviat dolça.



Y cierro el flashback peruano con la visita a Lima, la capital por la que tan poco interés tenia. No me la habían pintado muy apetecible pero tenía allí una larga escala que aprovechar antes de volar hacia Buenos Aires.

A la salida del aeropuerto una manifestación contra el “peaje ilegal” corta la autopista. El peaje es sólo una de la larga serie de privatizaciones recientes ocurridas en Peru, ha caido en manos argentinas y ha cuadriplicado su precio en cuestión de pocos meses. Las concentraciones por diversas quejas contra el Gobierno colapsan a menudo la ciudad y, tras numerosas protestas contra el peaje en cuestión, el Congreso ha anulado su pago, aunque sigue cobrándose.



El taxista, que me tima en la tarifa tanto como consigue negociar conmigo, me advierte sobre los peligros de la ciudad, incluyendo ladronas que esconden anéstesico en la bebida o en sus propios cuellos ofreciéndolos al incauto que pretenden desplumar. También sugiere confinarme al barrio turístico-comercial de Miraflores, incluyendo el más reciente “orgullo” de Lima: un centro comercial en el acantilado que sirve de antesala a la playa. Insisto en ir al barrio bohemio de Barranco, recomendado por la pareja galego-asturiana de Aguas Calientes.



Allí desciendo, junto al Puente de los Suspiros, donde se reúnen los enamorados incluso a esa temprana hora de la mañana. Desayuno en uno de los bares ubicados en el barranco que da nombre al barrio, una rambla al mar entre apartamentos, antiguas casas señoriales, y una antigua ermita la mitad de la cuál se encuentra en proceso de descomposición con el techo habitado por los pájaros que sobrevuelan el aire como si fueran negros buitres.



Muy cerca, en la entrada al viejo funicular ya en desuso descubro una exposición conmemorativa de la revista satírica “Monos y monadas”. Se trata de un precursor de “El Jueves”, fundado ya en 1905 y que sufrió sanciones, censuras, requisas y clausuras durante su dilatada historia sin dejar por ello de parodiar a la cupula política, militar o religiosa, tratando desde los conflictos territoriales con Chile hasta los tiempos del expresidente Fujimori y el terrorismo de Sendero Luminoso.



Callejeo entre las antiguas casonas que un día ocupara la aristocracia peruana y que hoy se desmenuzan descascarilladas, aunque en la zona no falta algún apartamento de lujo y germinan galerías de arte y tiendas de muebles de diseño.



Un barrio bañado por el fresco aroma del mar y las flores con numerosos detalles que lo certifican como territorio de artistas y amantes de la cultura. Aunque sea bajo un manto de gris decadencia, que dudo tenga relación con el día nuboso.









Entro a comer en Rafo, un precioso restaurante, en cuya caótica decoración caben antiguedades, fotos familiares del propietario e imágenes de los Beatles o Marilyn Monroe. Degusto un bistec soberbio con plátano frito y otras lindezas, junto a una bebida típica de frambuesa. Me queda poco tiempo en Lima así que decido pedir consejo en cocina sobre si definitivamente obviar Miraflores y dirigirme tan sólo al centro histórico colonial. Me sugieren la mejor ruta, pero tras vaciar dos botellas de pisco, compartir historias y muchas risas con los tres individuos de la foto, se me hace tarde y debo salir sin demora hacia el aeropuerto.



Tras realizar el check-in, oigo que urgen mi presencia por megafonía, me apresuro a pagar las tasas de salida (concepto que ya he aprendido desde que salí de Costa Rica) pero no me llegan los soles, así que busco a la carrera un cajero donde sacar dólares. Cumplo el trámite y tras pasar “los rayos x”, a un miembro de seguridad se le ocurre que siendo el que más prisa lleva debo pasar un control extra del que no saca más en claro que mi amonestación por cumplir con su trabajo tan inoportunamente. Corro a la puerta de mi vuelo y todo ha sido falsa alarma. Debía haber otro Carlos Vela en el aeropuerto, qué sugerente. Mientras espero el vuelo que me trae a Argentina, pienso que no puedo decir que haya conocido la ciudad visitando un sólo barrio. Sin embargo, siento que en unas horas he aprendido mucho más sobre el país que abandono.