1 de diciembre de 2007

En Tierra de ticos



Lo cierto es q ya me encuentro en Perú pero los problemas para conseguir un acceso continuado a internet me impiden actualizar como quisiera. Así que aprovecho para comentar unas cuantas experiencias más en Costa Rica antes que se acumulen las vividas en los Andes.



Como comenté, mi centro de operaciones tico fue Quepos, un pueblo turístico de la costa pacífica, aunque lo de “turístico” tenga más que ver con aprovechar las divisas extranjeras que con la imagen de Salou o Benidorm. Creo poder decir que, al menos en esta época del año, recién acabada la estación de lluvias, se respira ahí el puro aroma de la rutina tica. Unas lluvias, por cierto, responsables de tanta vegetación y que deben ser torrenciales según sugieren la multitud de porches y altísimas aceras con rampas sobre las que se asienta un pueblo distribuido alrededor de la plaza del mercado donde conectan multitud de autobuses regionales. Un pueblo repleto de gente sencilla y de zanganos índigenas que viven de los turistas.



Lo cierto es q me he sentido vivo en ese precioso país pobre, aunque en realidad sea una tierra de oportunidades en relación a otras naciones de Centroamérica como sería Nicaragua, de dónde procede El Óscar, quien regenta en Quepos una tienda de artesanía junto a su madre. Un tipo de mi edad, un hijo del viento enfrentado a los problemas de dejarse arrastrar también por él en lo relativo al amor, un pícaro que me ayudó a integrarme en este pueblo de playa. Gracias por ahorrarme aquel bus y por las horas muertas a la puerta de la galería Óscar. Y suerte con tus dos Ítacas!

Encuentros que logran que uno deje de sentirse turista para convertirse simplemente en forastero. Los que supongo cimentarán mi memoria de este viaje más allá de los paisajes. Así fue con el neoyorquino Joe y su señora, que llevan el café internet mas rapido de la zona, o con Lisette, la atenta mesera regordeta. O con Rick, un viejo carpintero de Alaska, que aunque no hable palabra de español es ya habitual del lugar con una sexagenaria “novia” danzarina. Le conocí en el hostal donde me hospedaba (junto a unas mínusculas e inofensivas hormigas y un ventilador sin el que era imposible permanecer en la habitación), donde acabaron conociendo con indisimulado hartazgo mis idas y venidas (“favor de regalarme la llave” / “ahí le dejo de nuevo la llave”). “Sure I’ll remember you, crazy spaniard!” me confesó Rick tras compartir fumeteo y charla, y descubrirme íntimamente q el mes y pico en los States ha hecho buen provecho en mi inglés. Un gozo sentirme capaz de navegar entre dos aguas, las de los gringos y los locales. Muy lejos me veo ya de aquella concha en la que mi caracter se escondía tiempo atrás.



A media hora de Quepos, en un autobús abarrotado, porque siempre hay sitio para uno más y que circula agradecidamente con las puertas abiertas (esas “inconscientes” libertades que se pierden cuando un país alcanza la estricta rectitud del estado de “bienestar”) se llega al parque natural que ostenta el muy humano nombre de Manuel Antonio. Era la principal razón de mi estancia allí y por eso decora principalmente esta entrada. Se trata de un exuberante manglar repleto de hermosísimas playas, donde es fácil observar garrobos (parientes de las iguanas), cangrejos ermitaños, pelícanos, mapaches, carpinchos (parecidos a las ardillas y plato sabroso en Perú), o avispados monos titi, que comienzan a tomarle demasiado afecto a la comida de los turistas, así como una multitud de aves a las que no conocía ni por fotografías. Recorrer durante horas y prácticamente en solitario los senderos del parque, entre la vegetación esplendorosa, llegando a playas mágicas dispuestas para mí único disfrute, fue una experiencia que difícilmente olvidaré.













A la salida, otro de esos encuentros, esta vez con mi tocayo Carlos, uno de los barqueros que te devuelve a la playa cuando la marea alta se ha tragado el camino y se acercan los cocodrilos. Me explicaba como sus lagos se han contaminado ahora y nacen animales deformes. Cómo hace 30 años cabalgaba por las afueras del parque, entonces igual de salvajes que la reserva, y entre las casas no había menos de una hora de distancia. “Pero ahora se lo hemos vendido todo a los norteamericanos”. ¿Y qué puede esperarse de un país que antes q en los colones que son la moneda nacional utiliza y cuenta en dólares? Moneda yankee, eso sí, en constante devaluación (cuantas veces habré teorizado ya en este viaje que al imperio de nuestro tiempo le llega por fin el declive!). Pero cuando Carlos me pregunta si España es verde también, como han hecho otros, no puedo si no avergonzarme de nuestro “desarrollo” y nuestra urbanización salvaje.

En un timing milagrosamente perfecto (no dejo de llegar tarde a los sitios y aún así tener la flor en el culo), “retorné” a Quepos para tomar el último bus a la capital. Por el camino, me fijo en las casas de una sola planta y el urbanismo básico y fundamentalmente práctico, sin intención paisajística, que tanto me recuerda a EE UU. Una vez en San Jose me instalo en un albergue, donde por segunda vez ocupo una habitación número 6.



Y así tengo la oportunidad de ampliar mi visita relámpago con una visita madrugadora al parque del Volcán Poás, todavía calurosamente activo, con su frondosa vegetación tan distinta a la de Manuel Antonio y su laguna Botos que ocupa otro antiguo cráter ya extinto.



Por el camino, chapurreando varios idiomas y transformado en guía turístico, logro convencer a unos cuantos pasajeros para formar un grupo suficiente para que un microbús nos acerque también a la cercana catarata de La Paz, una visión que también me llena de “dicha”, que dirían allí.



Y eso permite que encima gane unos preciosos minutos junto a la familia que lleva una soda (bar/casa de comidas/ y a menudo venta de productos y chucherías regionales).



“Pues esto es muy verde, pero la gente es muy cochina y tira basura por todas partes” dicen, cosa que yo no he visto, pero sí los carteles de diferentes campañas que combaten esa actitud. Lleno de inocencia campesina, el hijo de la casa me pregunta: “Y venir aquí, donde hablan tu idioma, debe ser bonito. Pero dónde hablan otros idiomas, ¿cómo hasés?”, antes de recordarme mi situación privilegiada añadiendo: “¿Y cómo hasés para viajar? ¿De dónde sacás la plata?”. Algo que no dejo de recordar cuando en mi visita vespertina a la capital observo las calles comerciales llenas de gente y en las tiendas los carteles de “Haga ya su apartado navideño”... e hipotéquese para toda la vida. Pura vida.