6 de mayo de 2008

Pongamos que hablo de Madrid

No puedo estar quieto. Aunque mi ánimo es pausado e incluso mi locura se aspira con dosis de calma, todo me resulta exasperantemente lento cuando me paro y dejo al pasado envolverme improductivo. Así que alimento esta existencia nómada donde mi única patria es la gente a la que quiero.



Por eso aproveché la oportunidad en forma de empleo en evento de acrobacias ciclistas para regresar a la capital. Familiar castiza, por genealogía y años de visita intermitente, de la que aún hoy sigo ignorando tantos rincones. En sus calles me desubico y me reencuentro en cuestión de segundos, como a menudo ocurre en mi corazón. Respirarla me tienta a vivirla una temporada y poseerla de una vez por todas. Pero aunque suene a tópico, dudo ante la nostalgia del mar...



Agotado en nuestro tren bala, Madrid me ha devuelto exhausto quedándose muchas de mis horas de sueño y habiendo maltratado mi garganta (cosas de compaginar trabajo y fiesta sin medida). También me ha arañado con un par de decepciones. Pero ante todo me ha alegrado el alma con extensas charlas refrescantes, con el sonido de risas propias y cercanas, con placenteras y cariñosas sorpresas. Y ha certificado el valor de una amistad de largo recorrido, la de aquella a la que basta el coro de unos gin tonics para superar a La Más Grande en las madrugadas canallas.

Va por ti Lorena! De tu fan número 1.



"Se nos rompió el amor
de tanto usarlo
de tanto loco abrazo sin medida
de darnos por completo a cada paso
se nos quedó en las manos un buen día

Se nos rompió el amor
de tan grandioso

Jamás pudo existir tanta belleza.
Las cosas tan hermosas duran poco
jamás duró una flor dos primaveras"