23 de diciembre de 2007

El ombligo inca

Flashback al primer sol del 1 de diciembre.



En el avión desde Lima, el sueño queda postergado por la amistosa charla con H, de la multicultural banda de hip hop madrileña Pachamama Crew, que van para arriba! (http://www.myspace.com/hbarriga). Anda en Perú camino a Bolivia, emocionado por volver a su tierra para realizar algunos bolos en casa. Llegados a Cusco, seguimos rutas distintas y aunque antes de su marcha intentamos encontrarnos de nuevo, no volvemos a vernos. Seguro q nuestros caminos volverán a cruzarse en tierras españolas. 4K brother!



Evito dormir en plena mañana para adaptarme cuanto antes al nuevo horario local, así que vago como en un sueño por calles cuyo nombre me cuesta recordar en la ciudad que llamaron ombligo del imperio inca. A 3300 metros de altitud sobre el nivel del mar, subo y bajo sus colinas ante constantes invitaciones de los establecimientos de artesanía, “pase amigo”. Y, aunque al final compró unos caramelos de limón para combatir el posible mal de altura, creo que mi desconexión de la realidad se debe más a la falta de sueño. Decido hacer una siesta de la que despierto sintiéndome más solo que nunca en estos meses. Diluvia, pero salgo a pasear un rato. Y, por fin, descanso.



Pasaré dos noches más en el confortable hostal atendido por el taciturno Víctor, compartiendo con él horas nocturnas frente al ordenador. Organizo la visita a Machu Picchu, el tópico que me atrajo hasta este rincón del mundo, y me enfrentó a no disponer de mis discretos fondos por imprevistos con las tarjetas de crédito, que soluciono corriendo allá esperando acá.



Descubro una ciudad sencilla de tradición rural, cuyo aspecto es resultado del pasado colonial español. Las numerosas iglesias católicas son fervorosamente reverenciadas pese a haber sido impuestas por aquellos conquistadores que cristianizaron a mandoble de espada y de los que supongo muchos de nosotros llevamos sangre (en más de un sentido).

Veo a peruanos de la gran ciudad, turistas también, comprando los típicos gorros de alpaca con borlas. Vivo la afición futbolística, sea la Bundesliga o la propia Selección, mientras como pollo frito y arroz en pequeños locales donde soy el único forastero.



Veo mujeres quechuas vestidas con sus mejores y coloridas galas tradicionales, con niños o cabritillas colgando, que se ofrecen para “una foto/ uan pic chur” a cambio de unos soles.



Al caer la noche del fin de semana, descubro en una céntrica plaza unas simples performances callejeras. Jóvenes que bailan mal y cuentan historias sin gracia, el más imaginativo se traviste toscamente. El éxito de público es tan grande que imagino lo que una buena compañía callejera lograría aquí (popular, que no económicamente, claro). Sin embargo, también encuentro una buena banda de jóvenes músicos y a unos mimos con magia, pero en ambos casos han sido contratados para labores de promoción, comercial y gubernamental respectivamente. Ahí descubro la conexión con el “progreso capitalista” de Cusco. En eso y en como el encantador barrio empinado de San Blas ha sido en parte tomado por los bares de chill out, jazz o salsa, los restaurantes de nivel y los precios de auténtico timo en relación al resto de la ciudad.



Sólo aquel barrio turístico huele a contaminado por el presente en una ciudad donde aún se encuentran fotógrafos ambulantes con cámaras de inicios del siglo pasado, y abundan limpiabotas y escribas que pasan a máquina las palabras de los campesinos.



Y alrededor de todo ello, transitan como insectos nerviosos multitud de pequeños taxis, cuyos trayectos dentro de la ciudad siempren cuestan 2 soles (no llega a medio euro), salvo para algún extranjero inocente al que se les ocurra preguntar la tarifa... Sentado en uno de esos mínimos pero espaciosos autos, perdí el móvil liberado -que no he vuelto a reponer- y su correspondiente tarjeta CON TODOS VUESTROS TELÉFONOS -y que espero recuperar a la vuelta-. Me resigné, ya era imposible localizarlo entre los cientos de Daewoo Tico, no sindicados, que incansablemente tocan con el claxon la paciencia de la posible clientela turista. Se perdió entre su enjambre por las empinadas arterias hacia los suburbios, allá en lo alto de las montañas que envuelven el árido mar de tejados que es Cusco.